Hijos del boche




     Apenas comenzada la guerra, un patriotismo mal entendido se apodera de todo el mundo.  A veces se manifestaba de forma ingenua, quizás ridícula, pero inofensiva, como recordaba Simone de Beauvoir.



"Yo probé enseguida mi patriotismo ejemplar pisoteando
un bebé de celuloide "made in Germany" y que, por
otra parte, pertenecía a mi hermana. Les costó mucho
impedirme que arrojara por la ventana un portacuchillos
de plata marcado con el mismo signo infamante."



En otras ocasiones, sin embargo, la violencia alcanzaba proporciones que exigían la intervención de la policía. La gente se agolpaba ante los comercios extranjeros, que eran objeto de un saqueo sistemático: escaparates destrozados, cristales rotos, muebles hechos pedazos.




"En la plaza Maubert hubo una nueva parada. Un grupo obstruía 
la avenida. Jenny distinguió, a la entrada de la calle Monge,
a una pandilla de energúmenos armados con un tablón y
que destruían con estrépito la entrada de una tienda en cuyo
rótulo leyó: "Lecherías Maggi".  En el tranvía, la gente se
apasionaba: "¡Fuerte, muchachos!"



Cualquier detalle sospechoso, por nimio que fuera, como tener un rasgo físico peculiar o un  nombre de resonancia francesa o alemana, era suficiente para verse hostigado por una muchedumbre hostil.




"En el Stachus se ha armado un alboroto. Alguien pretende haber oído
hablar en francés a dos mujeres, las cuales son golpeadas. Las mujeres
protestan en alemán, dicen que son alemanas, pero de nada les vale.
Unos guardias se las llevan a comisaría con los vestidos llenos de
desgarrones, el pelo revuelto y el rostro ensangrentado."


Recluidas en la retaguardia, las mujeres sufrieron el continuo bombardeo por parte de la artillería de unos y otros, sufriendo en muchos casos la destrucción de sus casas.







Al ocupar el ejército alemán una parte del territorio  francés, muchas mujeres francesas se vieron en la obligación de albergar y alimentar a soldados y oficiales prusianos, enfrentándose a un dilema sin solución: eran castigadas si se mostraban hostiles






 o sufrían las represalias de sus vecinos a causa de su colaboración con el invasor.



"Una tarde, a finales de septiembre, Fannie regresó a su casa magullada, con el rostro
hinchado y la mejilla lacerada. Muerta de hambre, había ido a inscribirse en las listas
de racionamiento (...)  Se puso al final, entre las mujeres y los viejos, pero muy pronto 
la reconocieron. "-¿Te ha abandonado tu boche o es que ha muerto?"- le preguntó un 
hombre, poniéndole el puño debajo de la barbilla (...) Súbitamente se encontró fuera
de la turba, con el rostro ensangrentado entre las manos enrojecidas. Un líquido
cálido corría por sus mangas.  Una piedra la alcanzó en la nuca, haciéndola caer de
bruces. Permaneció unos segundos aturdida y, volviéndose a levantar, echó a correr,
perseguida por el abucheo de la multitud. Una granizada de piedras cayó a su
alrededor. A cada paso que daba le alcanzaban diez piedras en la espalda y en la
cabeza. Creía que su cerebro estaba a punto de estallar."



Muy a menudo, el miedo a los ataques llevó a las mujeres a escapar de pueblos y aldeas para no caer en manos del enemigo. En Bélgica y Francia, aterrorizadas por la difusión de rumores acerca de asesinatos, pillajes y violaciones que acompañaban el avance alemán, las mujeres fueron las grandes protagonistas de las largas filas de carros cargados de muebles, ropas y unos pocos enseres, tratando de escapar de la locura de los hombres.





"En el campo encontramos numerosos grupos de campesinos. Se
apartan para dejarnos pasar. Sobre los carros, cargados de
todos los cachivaches domésticos, están los chiquillos harapientos (...)
Los almohadones, badilas, pucheros, perchas, todo va revuelto sobre
el vehículo (...) Las mujeres llevan en sus brazos criaturas envueltas en
harapos. Están cansadas de llevarlos y respiran ruidosamente (...)
Muchas están embarazadas."



     Uno de los peores crímenes atribuidos por los aliados a los alemanes lo constituyeron las deportaciones llevadas a cabo en los territorios ocupados de Bélgica y norte de Francia.



  Miles de civiles, entre los que se encontraban mujeres de todas las edades, fueron arrancados de sus hogares y deportados a Alemania para trabajar como esclavos en beneficio de los industriales o en aquellos sectores en los que faltaba mano de obra.




Las penalidades comenzaban en el viaje que las conducía al exilio.




"Luego colgaron del cuello de cada detenido una etiqueta con su número, como si fueran
bueyes. Hicieron salir a la multitud de los andenes contiguos a la fábrica, donde estaban
dispuestas unas hileras de vagones de carga, en los que hicieron subir a todos (...)
Una muchacha desplegó un periódico, e hizo encima sus necesidades. Todos se
pusieron a gritar. ¡No eran animales! A algunos les dieron ganas de vomitar. Unas
mujeres se echaron a llorar desesperadas, sintiendo que se ponían enfermas. Fue
necesario, al final, que dos hombres las sostuvieran por las manos para que pudieran
hacer sus necesidades en el exterior del vagón, colgadas sobre la vía."


Aunque también fueron obligadas a trabajar en la construcción de carreteras y ferrocarriles, en la roturación de bosques o en la excavación de trincheras, el destino de muchas de estas muchachas de las zonas ocupadas fue convertirse en "esclavas sexuales", obligadas a satisfacer los apetitos sexuales de oficiales y soldados alemanes. 
Antes, sin embargo, debían sufrir una humillante revisión médica para garantizar la salud de sus clientes.



"Al entrar, muchachas de la más cándida inocencia, muchachas de 16, de 15 años, 
observaban grandes instrumentos de níquel. "¡No quiero! ¡No quiero!", gritaban.
Entonces se las ponía a la fuerza encima de la mesa, sujetas por los "sanitarios",
cuya rodilla aplastaba su pecho. "¡Es en interés de nuestros soldados!" les
decían; y, mirándose entre ellos, se reían de buena gana."


El número de prostitutas al servicio del invasor fue considerable. Para mantener la salud y la moral de los soldados, se echó inicialmente mano de las prostitutas profesionales, pero, ante la escasez de este primer contingente, se efectuaron redadas entre la población femenina de las ciudades ocupadas, gracias a lo cual el ejército alemán dispuso de mujeres en abundancia.



"Unas circulaban casi a capricho, poblaban las aceras, frecuentaban los cafés,
 las cervecerías y los tugurios; otras estaban encerradas en las casas. Pero, libres 
o enclaustradas, por libre o con normas, todas, desde las más encopetadas hasta
las más golfas, eran rigurosamente vigiladas, catalogadas, clasificadas,
fichadas y registradas en cartillas."



Las violaciones de mujeres constituyen una constante de todas las guerras, una especie de parásito que acompaña a los ejércitos.





La Primera Guerra Mundial no fue una excepción. En los informes elaborados por todos los contendientes, se acusaba a los enemigos de haber desplegado una política de violencia hacia las mujeres caracterizada por su amplitud y sus elevadas dosis de crueldad.






Según tales informes, el repertorio de agresiones sexuales cometidas por los soldados alemanes en sus tropelías por las localidades de Francia y Bélgica, por los rusos en las regiones alemanas y austríacas invadidas o por las tropas coloniales de Francia e Inglaterra sobrepasaba la más enferma de las imaginaciones: violaciones individuales o en grupos, de veinte, cuarenta y hasta cincuenta soldados; consumadas en la oscuridad de un rincón o de manera morbosamente pública, ante sus hijos, padres o maridos. Y aunque la mayoría de las víctimas fueron mujeres jóvenes, no fueron perdonadas niñas de menos de diez años ni ancianas de cerca de noventa.




"La nila X, de once años de edad, ha permanecido durante tres horas presa de la
lubricidad de un soldado, que, habiéndola encontrado junto a su abuela
enferma, la había llevado a una casa abandonada y le había metido un pañuelo
en la boca para impedirle gritar."



Pero el calvario de la mujer no terminaba con la violación. Estas desgraciadas tuvieron que soportar, además, el deshonor, la vergüenza y hasta un cierto rechazo, no solo a nivel social sino a veces por parte de su propia familia, e incluso de sus maridos, que albergaban sospechas sobre la infamada. ¿Quién podía asegurar que no disfrutó durante la agresión, o que incluso hubo un cierto consentimiento en el acto?



"Hay por otra parte una cosa que he oído decir y en la que creo: es
imposible violar a una mujer que verdaderamente se niegue. Por
tanto, es necesario que esté de acuerdo, a menos que pierda el
conocimiento, cosa que no es el caso."  






"En la ciudad, unas se alejan de ella abiertamente,otras fingen no verla, 
otras la miran de manera insolenteo con indignación. Tan pronto como
 la ven por un lado de la calle, las madres empujan a sus hijas a la acera
 opuesta y les prohíben levantar la vista. Y usted,señor, y su madre, y sus hermanas, 
y los parientes y amigos, todos, a pesar de su buena voluntad, no pueden
impedir experimentar una repulsión análoga."



Pero en el caso de que la mujer violada hubiera sido "perdonada" si tenía la suerte de estar casada con un hombre comprensivo, debía hacer frente a un nuevo problema: ¿debía nacer el hijo del crimen?




"¡Doctor, yo no quiero tener un hijo de esos bárbaros! No quiero llevar ese
contagio conmigo. ¡Si usted no me libra de esta cadena, me mataré!." 




Muchas voces, provenientes incluso de la Iglesia, animaron a las mujeres violadas por los alemanes a acabar con el último vestigio de la invasión. 



"En nombre del Dios de la venganza que condena, y del Dios de la piedad
que absuelve, no perpetuéis la abominación de la que fuisteis inocentes y
santas víctimas... Que cada uno de nosotros se convierta en un Herodes
inmisericorde... Rechazad, extirpad, exterminad sin escrúpulo la inmunda
 y criminal cizaña... Que una sangre impura no contamine el tesoro de nuestras
venas...Yo os absuelvo ante Dios y ante los hombres."


Los argumentos eran determinantes. El esposo no podría soportar  ver todos los días, a todas horas, la prueba de su hogar mancillado. La mujer, al recordar la violencia, la repulsión que rodearon la violación, no podrá experimentar sino indiferencia, cuando no repulsión, hacia su hijo. Por otra parte, en el caso de que este naciera, ¿qué sería de él? Detestado por sus padres y hermanos, viviría en una permanente atmósfera de hostilidad, viéndose condenado a convertirse en un paria, privado de todo afecto y condenado a todo tipo de humillaciones.





Pero las consecuencias sobrepasaban el ámbito privado para afectar al conjunto de la sociedad. Los científicos afirmaban que, como consecuencia de la "ley de la impregnación", el primer macho imprimía al resto de la descendencia sus caracteres físicos, morales e intelectuales. 

De este modo, dado el elevado número de mujeres violadas, Francia se llenaría de individuos estúpidos y perversos que pondrían en peligro el futuro de la raza francesa.







Si en épocas de paz el aborto era un crimen, en caso de guerra se convertía en un acto de legítima defensa. El aborto no era sino un hecho de guerra, y suprimir un embrión de unas pocas semanas no era muy diferente a matar a un alemán con el fusil o la bayoneta.

Visto de esta manera, el aborto apareció como una simple herida de guerra, curada la cual la mujer podría volver a disfrutar de la vida y a un crear una familia fundada, esta vez, en el amor.










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