Ángeles blancos




     En el momento de estallar la guerra, muchas mujeres se vieron embargadas por el mismo sentimiento patriótico y nacionalista que se había apoderado de los hombres. Por eso, algunas lamentaron no ser hombres para poder alistarse y defender la patria en el frente de batalla.




"Pero si pudiera cortarme el pelo (inútil adorno) y ponerme un buen casco
de soldado, y me brillaran los ojos, y mi voluntad me ayudara a empuñar
un arma, con mi alma presta y mi ardiente amor por la patria ocupando
todas mis fuerzas..., tal vez... tal vez sería un buen soldado."



Algunas lo consiguieron. Este fue el caso de Maria Botchareva, que luchó con el ejército ruso en el frente austríaco, recibiendo, además, una condecoración por su ejemplar comportamiento. Su empresa, sin embargo, no fue nada fácil ya que tuvo que soportar, además de las continuas chanzas de sus compañeros, la incomprensión de su propia familia.




"Tenía soldados a mi derecha y a mi izquierda, y guardaré siempre el recuerdo de aquella
primera noche pasada entre hombres. No pude pegar los ojos. Los soldados,
naturalmente, no estaban habituados a una criatura tan extraña como yo, y me tomaban
por una mujer de mala vida, que se había metido entre la tropa para ejercer su oficio."




Las mujeres no podían permanecer con los brazos cruzados mientras los hombres, en el frente, sufrían riesgos y privaciones. Había que participar de alguna manera en la guerra, aunque la mayoría no tenía más bagaje que un deseo irrefrenable de ser útiles.



"Algún tiempo después obtuvo respuesta. "Hemos alistado su nombre entre
los voluntarios", decía la carta, "aunque debemos hacerle presente que 
en la actualidad lo que se precisa son personas aptas. En Inglaterra y
Francia abundan las mujeres sin especial entrenamiento que ansían ayudar."


Una forma de hacerlo fue incitar a los hombres a enrolarse y acudir a la lucha. Muchas mujeres juzgaron vergonzoso ver por las calles a hombres jóvenes y de buen aspecto que, astutos o protegidos por personas influyentes, se las habían arreglado para no marchar al frente, haciéndose pasar por enfermos o buscando algún lugar seguro en la retaguardia. Por esta razón, se convirtieron en verdaderos "sargentos reclutadores", empleando el mismo lenguaje y los mismos argumentos de la propaganda oficial: cuando lo que estaba en juego era la salvación de la patria, todos tenían el deber de defenderla. Las excepciones a este deber patriótico debían ser las mínimas indispensables. El llamado "impuesto de sangre" debía repartirse entre todos.




"Magneux había asistido hacía unos días en la calle Lecourbe a una especie
de linchamiento. Un pobre diablo se debatía en medio de una horda de furias.
"-¡Cobarde... gandul! Nuestros hombres luchan. Es un desertor." El hombre no
pudo huir. Se retorció como un gusano picoteado a la vez por todas las gallinas
del corral. No golpeaba... Ellas pegaban, gritaban, histéricas. "Nuestros hombres 
están en el frente... Le habían denunciado y se había escondido en otro sitio...",
explicaba una de ellas. "Sustituiremos a los policías si la policía no cumple su trabajo."



La mayoría de las mujeres ayudaron desarrollando actividades caritativas, que ya se habían efectuado en guerras anteriores, pero en una escala sin precedentes:



Ayudando a los prisioneros de guerra (rastreando su localización, confeccionando
listas, dando noticias a sus familiares, enviando paquetes...)





Auxiliando a mutilados y ciegos...





Visitando a heridos en los hospitales...






Organizando obras de caridad y recaudando fondos para organizaciones de socorro... y, sobre todo, tricotando




"Se tricotaban en Francia tantos pasamontañas, tantos tubos abiertos en el medio
para dejar al descubierto el rostro, que habrían bastado para calentar al ejército
francés, al ejército alemán y tal vez al ejército ruso.



Una de las formas más características de la participación de la mujer en la guerra fue la de madrina de guerra.




"Madrinas y poilus"




Esta institución se creó en Francia pensando en los soldados huérfanos o en los que procedían de las regiones invadidas por los alemanes y que habían perdido todo contacto con sus familias.



"Te veo, pobre muchacho; veo tu malestar y tu tristeza cuando el cartero aparece
con un paquete de cartas en las manos y llama: "Tal... tal...tal..." y distribuye
a las manos ávidas los sobres que guardan los besos de la familia y los besos
de la madre. Todo el mundo está serio y todos prestan atención. Pero tú no: 
sabes que no hay nada para ti, que nunca hay nada para ti."



Enviando de forma regular cartas y paquetes, las nodrizas trataban de sustituir a su familia, consolarles en su aislamiento y sostener su moral.


"Las madrinas. Todas quieren tener cien ahijados.
A nadie le gustaría estar sin ahijado."


Las madrinas no tenían límite de edad. Lo mismo servía una abuela que una niña de doce años.






A pesar de las suspicacias y críticas que provocó, esta relación madrina-ahijado tuvo importantes beneficios recíprocos.
Por una parte, mantenía distraídas y ocupadas a mujeres muchas veces desprovistas de alegrías y esperanzas










"El ahijado infunde nuevos bríos al coraje de la madrina, le prodiga consejos y consuelos,
comparte sus preocupaciones
 de madre o de esposa inquieta, le envía pequeños regalos,da una razón de ser a una viuda inconsolable."

























"Desde que tengo madrina,  estoy menos triste, menos
desalentado. En mi pobre vida de soldado 
tengo un interés, un atractivo: esperar al cartero."





Sin embargo, Los "ángeles blancos" constituyeron el ejemplo más simbólico de la intervención femenina en la guerra.




"Cualquiera que piense en la mujer francesa de 1914 se representa una joven enfermera
tocada con el velo blanco o azul, vivaracha a pesar de la cofia monástica
en la que brilla una cruz de sangre."





Antes de 1914, los hospitales eran auténticas casas de horrores. 




"Ir al hospital, hace tan solo un año, era una frase terrible. Sugería, más aún que el
sufrimiento, la ignominiosa idea de la desgracia. Los burgueses no iban al hospital,
reservado a los obreros, a las madres solteras y a esos desgraciados que habían 
dilapidado su fortuna, que "se lo habían gastado todo", y que por eso mismo se
merecían los peores castigos. Y las familias anunciaban a los disipadores, a los hijos
pródigos: "Acabarás en el hospital", es decir, solo y hundido en la vergüenza. Yo
mismo, mirando las fachadas de luto de los hospitales, los tristes corredores, los
siniestros convoyes que salían de ellos, pensaba vagamente en leproserías." 



Sin embargo, durante la guerra se convirtieron en auténticos paraísos, en la tierra prometida. Y las principales responsables de esta transformación fueron las mujeres, cuya ternura, abnegación y paciencia suplieron con creces su inexperiencia.
Su sola presencia actuaba como un bálsamo, proporcionando a los heridos, en medio muchas veces de terribles sufrimientos, instantes de alegría e incluso de esperanzas.




"Después de tantas fatigas y de horas febriles pasadas en trenes poco confortables,
llega por fin el descanso. Los rostros de estos desgraciados se iluminan, sus ojos miran
esa sala blanca, esas mujeres de blanco inclinadas sobre ellos: es una visión del paraíso."


En cualquier caso, se mantuvo inmutable la tradicional división de funciones. Desde el primer momento quedó claro que para el médico la herida y para la enfermera el herido. Las mujeres debían ayudar a los médicos, no sustituirlos.  Eso quiere decir que en los hospitales siguieron desempeñando las mismas funciones que ejercían en sus hogares: barrer las habitaciones, lavar a los enfermos, darles de comer, hacer las camas, preparar vendas...

































Dentro de este limitado campo de actuación, las enfermeras se enfrentaron con espectáculos terribles y tareas poco gratas, al tiempo que se arriesgaban a contraer enfermedades contagiosas.








"-¡Sostenga usted esto!- Era una parte de
un brazo. Como la carne que Ana
había visto en los mercados (...)
Se sintió enferma. Todo empezó
a oscurecerse a su alrededor...
-¡Sostenga esto!- Ana sostuvo
el apósito bajo aquel dedo que
se movía. El mareo iba y venía 
como una gran nube."















En muchas ocasiones, experimentaron los mismos peligros que los soldados, sufriendo heridas o muriendo a causa de la metralla o los obuses, ya que muchas de ellas prestaron sus servicios cerca del frente.




"Otra bomba se desprende y cae en medio de la trinchera. Hay una formidable explosión, un
relámpago y una conmoción terrible que me arroja de plano contra el suelo. Pierdo el
conocimiento. Cuando vuelvo en mí, las mujeres, a mi alrededor, lanzan gritos (...) La trinchera
parece un matadero. Alrededor de mí, las mujeres yacen muertas o moribundas, las heridas
se ayudan mutuamente a restañar su sangre. Hay algunas conmocionadas (...) Se pasa lista.
Las pérdidas son importantes. Diez muertas, dos desaparecidas y veinticinco heridas. Cuatro
no tienen nada, pero de estas hay tres conmocionadas. Yo soy la única indemne de las cuarenta."



Acordes con la tradición de realizar  actividades de carácter caritativo, hubo mujeres que organizaron cantinas para proporcionar a los soldados café, cigarrillos, chocolate, sopa, etc., llenando los huecos que las raciones del ejército dejaba en sus estómagos. O, simplemente, les escuchaban, ofreciéndoles la oportunidad de desahogar sus angustias.
La presencia de mujeres en el frente, rodeados de soldados obsesionados por el sexo, no podía sino provocar tensiones y rivalidades entre los hombres, que se disputaban su amistad o la exclusividad de sus atenciones.
A pesar de ello, las autoridades americanas impulsaron esta presencia, pues  eran perfectamente conscientes de lo que su labor significaba.




"Escuche, señorita. usted no puede aspirar a hacer todo el bien posible en el mundo; pero puede,
sí, hacer su parte (...) Cada noche llamarán a su puerta veinte, treinta hombres, acaso más,
levemente heridos o tan cansados que no pueden seguir su camino sin descansar.
Para ellos tendrá usted una silla junto al fuego, algo caliente que beber, una venda limpia...
¿Le parece poco? Piense en lo que supone al cabo de un mes. ¡Habrá usted infundido aliento a
más de mil soldados! ¡Usted sola!"

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