La muerte se extiende como una mancha de aceite.
De repente, la guerra deja de ser algo impersonal, lejano, de lo que hablaban los periódicos, para convertirse en una tragedia cercana, personal. La muerte va estrechando el círculo, hasta llegar el día en que llama a la puerta de la casa.
La muerte invade casi todos los hogares, ocupando el lugar del marido, el hijo, el hermano o el padre. El duelo es tan generalizado que el color negro parece haberse impuesto por la ley: negro en los periódicos; negros los vestidos de las mujeres; negros los crespones en los brazos de los hombres; negras las cintas de los sombreros de las colegialas; y también negro en el alma de las mujeres. La tierra entera se había vuelto negra.
Fueron, sin embargo,muchas las mujeres que se negaron a aceptar la realidad, aferrándose a cualquier detalle que les devolviera la esperanza. Los telegramas oficiales podían estar confundidos, pues no eran raros los casos de modernos Lázaros.
(Robert Graves)
Este fue, por ejemplo, el caso del escritor británico Robert Graves. Dado por muerto a causa de la gravedad de sus heridas, sus oficiales escribieron una carta de pésame a sus familiares. Trasladado a un hospital, se recuperó rápidamente.
Del mismo modo, no todos los dados por "desaparecidos" tenían que haber muerto.
"Para las familias inquietas. Lista de desaparecidos."
Tal vez hubieran caído en manos enemigas, siéndoles imposible escribir.
O podían haber sufrido amnesia en mitad de la batalla. Además, en determinadas ocasiones, los soldados no debían llevar nada, ni papeles ni placas, que pudieran revelar su identidad.
Mientras no se tuviera la prueba palpable de su muerte, se podía esperar, se debía esperar.
Sin embargo, la llegada de los efectos personales del soldado disipa todas las dudas. Se trataba de cosas sin importancia: cartas, alguna
fotografía, un lápiz, un pañuelo, unas gafas, pero que habían estado en contacto con él en sus últimos momentos, por lo que conservaban algo de su ser.
"Querida Sally. Cuando leas esta carta ya no existiré, pues he indicado que no se abra sino después de mi muerte. En la caja fuerte encontrarás (...) un papel timbrado en el que se indica que tú y nuestros queridos hijos son los únicos herederos de lo poco, desgraciadamente, que queda de mí..."
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