(Costurera, 1910)
(Torneando obuses durante la guerra)
A comienzos del siglo XX, los horizontes de la mayoría de las mujeres europeas eran bastante limitados. "¿Una mujer?... Tricotar, coser, limpiar los mocos a los niños, preparar los platos, tal es su sacerdocio. De lo demás, nos encargamos nosotros, los hombres."
Gracias a la guerra, las mujeres van a hacer acto de presencia en trabajos que hasta entonces les estaban vedados. Como consecuencia de las sucesivas movilizaciones, el número de trabajadores masculinos disminuyó rápidamente, por lo que las mujeres tuvieron que sustituirles.
Apenas iniciada la guerra, el jefe de gobierno francés, Viviani, hizo un llamamiento a las mujeres, exhortándolas a ocupar el puesto de los hombres: había que recoger la cosecha e iniciar las labores de cara al otoño.
"La partida de todos aquellos que están en condiciones de empuñar
las armas deja interrumpidos los trabajos del campo. La siega no
ha terminado y la vendimia se acerca...
las armas deja interrumpidos los trabajos del campo. La siega no
ha terminado y la vendimia se acerca...
¡En pie, mujeres francesas! Reemplazad en el campo de trabajo a los
que están en el campo de batalla!
que están en el campo de batalla!
¡Preparaos para mostrarles, mañana, la tierra cultivada,
las cosechas recogidas, los campos sembrados!"
De repente, las mujeres deben asumir tareas y responsabilidades para las que no estaban preparadas.
Los pueblos han quedado vacíos de hombres adultos; solo pueden contar con niños, viejos y enfermos. La situación se complicó aún más a causa de la requisa de los animales de tiro.
A pesar del entusiasmo con que las mujeres se dedican a la tarea, la producción se resiente.
Por eso, los soldados les escriben desde el frente, aconsejándolas e indicándoles con todo detalle los trabajos que tenían que hacer. Y las mujeres obedecen.
"Hemos vendido las patatas (...) En cuanto al trabajo, tu madre y yo
casi hemos terminado de sembrar. Nos han requisado todos los
jumentos, el nuestro y el del tío Pedro. Pero a pesar de todo conseguimos
arreglárnoslas. Llevo todos los días la vaca al establo y por el día la
llevo al prado. Me gustaría rastrillar el grano (...) Intento hacerlo
todo como tú lo harías."
De repente, las mujeres deben asumir tareas y responsabilidades para las que no estaban preparadas.
Los pueblos han quedado vacíos de hombres adultos; solo pueden contar con niños, viejos y enfermos. La situación se complicó aún más a causa de la requisa de los animales de tiro.
A pesar del entusiasmo con que las mujeres se dedican a la tarea, la producción se resiente.
Por eso, los soldados les escriben desde el frente, aconsejándolas e indicándoles con todo detalle los trabajos que tenían que hacer. Y las mujeres obedecen.
"Hemos vendido las patatas (...) En cuanto al trabajo, tu madre y yo
casi hemos terminado de sembrar. Nos han requisado todos los
jumentos, el nuestro y el del tío Pedro. Pero a pesar de todo conseguimos
arreglárnoslas. Llevo todos los días la vaca al establo y por el día la
llevo al prado. Me gustaría rastrillar el grano (...) Intento hacerlo
todo como tú lo harías."
Las duración de la guerra sorprendió a todas las naciones implicadas en el conflicto. La ilusión de una guerra rápida, de apenas unos meses, rápidamente se diluyó, y cada vez hacían falta más brazos. Por esta razón, y a pesar de las reticencias de empresarios, trabajadores y de la propia administración, las mujeres acabaron rellenando los huecos que continuamente dejaban los hombres en todas las ramas de la economía.
No era la primera vez que la mujer trabajaba. La novedad es que ya no se vio relegada a puestos estrictamente femeninos, sino que participó activamente en sectores hasta entonces reservados a los hombres.
Posiblemente, el ejemplo más característico de este cambio en la situación laboral de la mujer haya sido su presencia en las fábricas de armamento, cuyas trabajadoras fueron denominadas "munitionnettes", es decir, municioneras.
"-¿Qué quieres ser cuando seas mayor, Suzette?
-¿Yo? Tornear obuses."
Como comentamos antes, la inicial guerra de unas pocas semanas se convirtió en una guerra de desgaste, que solo podía terminar por el agotamiento de una de las partes. La victoria ya no era cuestión de valentía, arrojo, heroísmo, sino de recursos, tanto humanos como materiales.
Las pérdidas humanas desbordaron todas las previsiones. Para rellenar los huecos abiertos en el frente, la retaguardia debía enviar continuamente material humano. Para ello, las autoridades escudriñaron todos los rincones del país para localizar a los emboscados, aceleraban la instrucción de los más jóvenes, recuperaban al mayor número posible de los hasta ese momento declarados exentos... Había que extraer de la población civil hasta la última gota.
Por otra parte, convencidos de la brevedad de la guerra, los gobiernos habían subestimado la necesidad de material, considerandos suficiente la producción obtenida en tiempos de paz. Por esta razón, se lanzaron a la carnicería con municiones para tan solo unos meses.
La realidad fue muy diferente y todos los ejércitos se vieron afectados inmediatamente por una crisis de armamento. La industria de guerra se convirtió entonces en el sector prioritario.
Pero para mantener la producción a gran escala que se necesitaba, era preciso reemplazar a los obreros que habían sido enviados al frente. Se utilizó mano de obra extranjera (deportados de Bélgica, Francia y Polonia por parte de Alemania) y prisioneros de guerra, fueron desmovilizados los trabajadores más cualificados...
Sin embargo, ante la insuficiencia de estas medidas, hubo que recurrir a la mano de obra femenina.
Los iniciales reparos de los fabricantes ante la contratación de mujeres perdieron peso a causa de la standarización de la producción. Las máquinas compensaban la debilidad física y la falta de cualificación de las obreras.
Además de que sus salarios eran claramente inferiores a los del resto de los trabajadores, las condiciones en que tuvieron que trabajar fueron muy duras.
"Cada obús pesa siete kilos. En épocas de producción normal, 2.500 obuses pasan por sus
manos durante casi 11 horas de trabajo. Como levanta dos veces cada artefacto, debe
soportar todos los días 35.000 kilos (...) Después de haber llegado joven y lozana a la
fábrica, ha perdido el color y no es sino una muchacha delgada y agotada."
Pero, además de ser un trabajo pesado, generalmente por encima de sus fuerzas físicas,era también muy peligroso, pues estaban permanentemente en contacto con polvo, humo tóxico, gases o sustancias corrosivas.
Por último, como ocurría con otras instalaciones de carácter estratégico, las fábricas de municiones estaban siempre en el punto de mira de los bombardeos alemanes.
"No digáis nunca que las obreras de fábrica son unas privilegiadas. No os riáis nunca de
sus penas. No juzguéis nunca su trabajo a la ligera. Decid como yo me
digo en estos momentos: hay que tener hambre para ejercer este oficio."
Excelente blog con temas muy poco difundidos. Mis felicitaciones.
ResponderEliminarEsta genial. Muchas gracias, me ha ayudado mucho en mi trabajo sobre la retaguardia en la 1 guerra mundial
ResponderEliminarGenial!. Muchísimas gracias por este enorme trabajo de recopilación de información sobre este tema... Lo voy a usar con mis alumnos
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