Para poder dominar su angustia, las mujeres se desvivieron por enviar al soldado todo aquello que podía necesitar en el frente.
Y el punto era un remedio admirable. Mientras hacían bufandas, calcetines o guantes que les protegieran del frío y la humedad, las ideas negras no les entraban en la cabeza. El peligro de las pulmonías hacía olvidar el de las balas.
Y el punto era un remedio admirable. Mientras hacían bufandas, calcetines o guantes que les protegieran del frío y la humedad, las ideas negras no les entraban en la cabeza. El peligro de las pulmonías hacía olvidar el de las balas.
"Piensa en tu hijo sin llorar,
pues es molesto para tricotar"
Las primeras noticias que se recibían del frente parecían confirmar las esperanzas iniciales. Los enemigos huían sin ofrecer resistencia y los choques se contaban por victorias.
Por otra parte, la guerra no era muy penosa. Todo el mundo se puso de acuerdo para someter a la retaguardia a un auténtico lavado de cerebro y ocultarle la cara más sórdida de la guerra. Este fue el caso de la prensa:
"Llueve en las trincheras, como en todas las partes de nuestro suave clima; de manera sencilla, bajo el paraguas y el capote impermeable, los soldados hacen su guardia, leen, andan los cien pasos y, de vez en cuando, echan una ojeada al enemigo, que sin duda hace otro tanto."
"Nada falta en la trinchera subterránea, al abrigo de los obuses. La instalación consta de todos los utensilios necesarios, muebles y accesorios."
"En los momentos de reposo, se pasan instantes encantadores; uno se creería en el cuerpo de guardia, en los tiempos de paz, si no fuera por el ruido incesante de la batalla, que recuerda a los que descansan que esto no es cosa de risa."
Las autoridades sanitarias seleccionaron a los heridos: los más graves eran enviados a los hospitales de provincias, mientras que a París solo llegaban los heridos leves, previamente lavados y aseados para que pudieran estar presentables.
Hasta los propios soldados, conscientes del efecto que sus cartas provocaban en la moral de sus familiares, no dudaron en presentar una imagen edulcorada de la guerra:
"Crees que estoy expuesto al frío, a la lluvia, al peligro. En absoluto, al contrario. Se acabó todo eso. Hace calor, se suda y no se tiene otra cosa que hacer que ponerse al sol."
"La verdad, te lo aseguro, no tiene nada de terrible. He luchado un poco cerca de Reims, incluso hemos rechazado a los alemanes, pero te juro que he tenido la clarísima impresión de no haber estado en peligro."
Sin embargo, los esfuerzos por mantener un mundo irreal, construido a base de falsedades, no pudieron impedir que la población civil acabara descubriendo la realidad de la guerra. Y la realidad era aterradora.
De repente se comprende que la guerra mata. ¡Y qué muertos! Parecía que la Muerte disfrutaba inventando formas a cual más crueles de acabar con los soldados.
"Había piernas seccionadas y nucas decapitadas (...) Aquí, un tronco grasiento, cortado desde el ano hasta el tórax, con el estómago y los intestinos al aire, que glotonamente devoraban las ratas. Ristras de intestinos colgaban de las ramas como si fueran salchichas crudas; espantosas piernas, espantosos costillares, paquetes de tripas arrastraban por todas partes en el fango púrpura (...) Se caminaba sobre dedos, vértebras, lenguas y ojos."
De este modo, las mujeres se pasaban el día con el alma en un puño, sintiendo que cada momento encerraba para los suyos una amenaza de muerte. La angustia no las abandonaba ni siquiera por la noche, pues los sueños se poblarían de terribles imágenes.
"Se acostó finalmente y procuró dormir a todo trance; pero en sus lóbregas horas de insomnio unas imágenes de desesperación la turbaron. Vio a Teddy con heridas en la cabeza y en el cuerpo, ya mutilado de un brazo, ya con las dos piernas cortadas. Se lo imaginó llorando de igual modo que como lo hacía en la infancia y esperando que ella lo consolase (...) Era imposible dormir; no se podía llamar sueño a aquellas febriles pesadilla."
"Nada falta en la trinchera subterránea, al abrigo de los obuses. La instalación consta de todos los utensilios necesarios, muebles y accesorios."
"En los momentos de reposo, se pasan instantes encantadores; uno se creería en el cuerpo de guardia, en los tiempos de paz, si no fuera por el ruido incesante de la batalla, que recuerda a los que descansan que esto no es cosa de risa."
Las autoridades sanitarias seleccionaron a los heridos: los más graves eran enviados a los hospitales de provincias, mientras que a París solo llegaban los heridos leves, previamente lavados y aseados para que pudieran estar presentables.
Hasta los propios soldados, conscientes del efecto que sus cartas provocaban en la moral de sus familiares, no dudaron en presentar una imagen edulcorada de la guerra:
"Crees que estoy expuesto al frío, a la lluvia, al peligro. En absoluto, al contrario. Se acabó todo eso. Hace calor, se suda y no se tiene otra cosa que hacer que ponerse al sol."
"La verdad, te lo aseguro, no tiene nada de terrible. He luchado un poco cerca de Reims, incluso hemos rechazado a los alemanes, pero te juro que he tenido la clarísima impresión de no haber estado en peligro."
Sin embargo, los esfuerzos por mantener un mundo irreal, construido a base de falsedades, no pudieron impedir que la población civil acabara descubriendo la realidad de la guerra. Y la realidad era aterradora.
De repente se comprende que la guerra mata. ¡Y qué muertos! Parecía que la Muerte disfrutaba inventando formas a cual más crueles de acabar con los soldados.
"Había piernas seccionadas y nucas decapitadas (...) Aquí, un tronco grasiento, cortado desde el ano hasta el tórax, con el estómago y los intestinos al aire, que glotonamente devoraban las ratas. Ristras de intestinos colgaban de las ramas como si fueran salchichas crudas; espantosas piernas, espantosos costillares, paquetes de tripas arrastraban por todas partes en el fango púrpura (...) Se caminaba sobre dedos, vértebras, lenguas y ojos."
De este modo, las mujeres se pasaban el día con el alma en un puño, sintiendo que cada momento encerraba para los suyos una amenaza de muerte. La angustia no las abandonaba ni siquiera por la noche, pues los sueños se poblarían de terribles imágenes.
"Se acostó finalmente y procuró dormir a todo trance; pero en sus lóbregas horas de insomnio unas imágenes de desesperación la turbaron. Vio a Teddy con heridas en la cabeza y en el cuerpo, ya mutilado de un brazo, ya con las dos piernas cortadas. Se lo imaginó llorando de igual modo que como lo hacía en la infancia y esperando que ella lo consolase (...) Era imposible dormir; no se podía llamar sueño a aquellas febriles pesadilla."
Que pena que no pongas de donde sacas los textos... Para usar en clase me encantaría que los alumnos tuvieran esta información.
ResponderEliminarUn trabajo formidable. Muchísimas gracias.
EliminarMe alegro de que el blog le haya gustado. Lamento no haberle contestado antes pero, como al principio nadie hizo ningún comentario, no me había vuelto a ocupar de comprobarlo. La información que figura en el blog es tan solo un breve resumen de una obra que he escrito sobre la mujer durante la Primera Guerra Mundial a través de la literatura, y que, como seguramente ocurrirá con otras muchas, nunca verá la luz. La falta de referencias acerca del origen de las citas es, simplemente, una medida de precaución, pues el libro ha sido el resultado de varios años de trabajo y no me parece justo que cualquiera pueda aprovecharse de ello. De cualquier forma, si necesita algún tipo de información, encantado se la enviaré. Mi dirección de correo electrónico es jdiezespinosa@hotmail.com.
Un saludo, Javier Díez.