Como dijimos en otra parte, las madrinas fueron consideradas como "la alegría de esta espantosa guerra: enfermeras del corazón, derrotaron a un enemigo tan terrible como el boche: la melancolía." Hasta el extremo de que no faltó quien propuso que, en señal de agradecimiento, se les impusiera una medalla o se las dedicara el nombre de alguna avenida.
Sin embargo, las madrinas fueron rápidamente objeto de una campaña de desprestigio, que a veces llegó al desprecio. Se decía de ellas que no actuaban por amor a la Patria o por el deseo de consolar a seres carentes de familia, sino por pura vanidad, por egoísmo. ¿No preferían oficiales, y, a ser posible, aviadores?
Por otra parte, aparecía como una salida para viejas solteronas o mujeres poco agraciadas, que de esta manera podían entablar relaciones con un hombre, escudándose en el anonimato y la separación física.
Además, al ser mujeres que se dirigían a hombres, las madrinas despertaban la imaginación del soldado, que soñaba con una posible relación amorosa, desvirtuando así la razón de ser de la institución. Las cartas, al principio tiernas y afectuosas, iban subiendo de tono, hasta adquirir unos tintes claramente sensuales.
"Dos jóvenes suboficiales buscan correspondencia con lindas parisinas,
muy cariñosas. Escribir a..."
Muchas veces, el resultado era una profunda decepción en los soldados, que, al visitar a la madrina durante los permisos, se encontraban con una desagradable sorpresa.
Las madrinas podían ser potenciales espías, y, a través de la correspondencia que mantenían con sus ahijados, los enemigos podían estar informados no solo de la posición de las tropas sino del estado anímico de los soldados. Los periódicos publicaban casos realmente sorprendentes, como el de una supuesta francesa, en realidad una alemana residente en Francia, que enviaba cocaína a su ahijado: "La estupefacción de los policías fue mayúscula cuando, con el transcurso de las pesquisas, al comprobar los papeles de la inculpada, descubren que la Susana se llamaba, en realidad, Kriesger, y que era alemana."
"¡Los oídos del enemigo os escuchan! ¡Callad! ¡Desconfiad!"
Finalmente, también se criticaron las funestas consecuencias que provocaban en el carácter del ahijado. Las nodrizas empujaban a los hombres a caer en la sensiblería y la emotividad, alterando así el valor de los soldados
"Los soldados son fuertes, duros, no se quejan jamás y no tienen la menor
necesidad de escribir a una mujer desconocida. Confiar sus penas, sus
sufrimientos, buscar sosiego a través de la correspondencia es confesar la
debilidad y la fragilidad masculinas, es manifestar sentimientos incompatibles
con los del héroe estoico que es el poilu."
Sin lugar a dudas, las enfermeras constituyeron el personaje más alabado durante la guerra.
"Un tributo del Imperio británico a la enfermera británica."
"La señorita Juliette Perdon, enfermera en el hospital (...), en el transcurso de un bombardeo
el 17 de junio de 1915, vio estallar, a menos de diez metros de lla, un obús de 380 milímetro,
cuya explosión la cubrió de tierra, a pesar de lo cual continuó, sin manifestar la menor emoción,
cuidando a los enfermos y heridos, y no consintió en abandonar el hospital hasta después
de su completa evacuación."
A pesar de ello, las críticas contra las enfermeras aparecieron desde los primeros momentos de la guerra. Y es que, para muchos hombres,en el interior de estos "ángeles blancos" se ocultaban intenciones nada puras.
Era evidente que muchas mujeres se habían incorporado a la Cruz Roja movidas por un sincero deseo de ayudar.
"Un solo deseo: ¡ser útil! No puedo plantearme ninguna
otra ocupación, pues me parecería una deserción, un
sacrilegio. No tengo el honor de tener en el frente un marido
o un hijo, y por lo tanto me debo a todos los que se
entregan por nosotras."
Pero no todas se alistaron por motivos estrictamente humanitarios o patrióticos.
Dos van a ser los factores que configuran la visión en negativo de la enfermera y que la transformará de ángel en puta: su coquetería y su sensualidad enfermiza.
Mujeres frívolas... más preocupadas en exhibirse en público con su uniforme que de cumplir con su deber.
Muchachas que en la vida civil eran incapaces de encontrar un buen partido... confiaban en que bastaba ser tiernas con el herido, permitir que el pelo se escapara de la cofia, mostrar las medias o desabrocharse la blusa para encandilar al soldado y arrastrarle al matrimonio.
Comportándose de este modo, convertían el atuendo casi propio de una religiosa en el traje de faena de una buscona.
Por otra parte, los hospitales eran el lugar adecuado para satisfacer su sexualidad enfermiza, pues había mujeres que experimentaban un auténtico placer carnal viendo, tocando, la carne destrozada, rodeadas de sangre y gangrena.
"Cuatro muchachas de buena familia se agitaban alrededor de un herido,
extendido completamente desnudo en la cama, so pretexto de aplicarle una
"spica" en la ingle que no necesitaba. Y no había que ver en eso el loable deseo
de satisfacer una curiosidad profesional."
Esta aberración se explicaba científicamente como consecuencia del impacto de la guerra en la sicología femenina. El permanente estado de tensión provocaba una superexcitación de las pasiones. Sólo así puede entenderse que las enfermeras, hasta el momento de comenzar la guerra mujeres débiles e hipersensibles, pudieran atender las mutilaciones más espantosas y las heridas más repugnantes sin el menor estremecimiento.
"La humareda acre de los obuses extiende sobre las ciudades un fluido excitante,
unas toxinas afrodisíacas que provocan en las mujeres ardores exasperados."
La mayor preocupación que tenían enfermos y heridos era el terrible momento en que eran dados de alta, pues ello suponía el regreso al infierno del frente.
"Si un mayor superior, dotado de poderes divinos, pasara por delante de las camas y
ofreciera a cada uno restituirles sus miembros diciendo: "¡Levántate y anda!", es
probable que (...) todos los que están hechos jirones, tras haber reflexionado sobre los
riesgos que les hará correr esta nueva integridad (...) respondieran: "¡No haga milagros!"
También por esta razón los soldados vertían su rencor contra la dictadura de las enfermeras. No solo los trataban a veces con auténtico sadismo, como si quisieran vengarse contra la dominación masculina que hasta entonces habían sufrido, sino que tenían en sus manos su destino.
"La permanencia suplementaria, las preciosas semanas que un hombre curado puede aún
permanecer aquí dependen, con toda seguridad, exclusivamente de ella (...) El imbécil
volvió borracho una noche y armó un escándalo. A la mañana siguiente, a pesar
de que aún no estaba curado del todo, lo largó. Este episodio abrevió su estancia de tres
buenas semanas: el tiempo de hacerse matar veinte veces."
Junto con madrinas y enfermeras, las viudas fueron los personajes femeninos más alabados de la guerra.
"Ella sufre, pero con un sufrimiento noble, realzado por la extensión,
por la magnitud del sacrificio. Es pobre, a pesar de lo cual ha entregado
a la patria su bien más querido... Forma parte del inmenso ejército
de mujeres que ha aportado su tributo a la obra común. Se le debe
respeto, admiración..."
Sin embargo, para que fueran merecedoras de tal respeto las viudas debían mantener un determinado comportamiento, que no todas seguían.
La guerra había introducido un cambio en el tipo tradicional de viuda: ya no tenían todas el pelo blanco y el rostro marcado por los años y los sufrimientos. La terrible mortandad del conflicto había hecho que muchachas jóvenes, "con el frescor de primavera bajo sus mejillas y un río de oro en sus cabellos" ocultaran su rostro bajo un velo negro.
La naturaleza, ajena al dolor humano, sigue su curso, y tras el terrible golpe inicial, no quedaba más remedio que seguir viviendo; y aunque los corazones estaban rotos por la desgracia, seguían latiendo. Esto explica que muchas de ellas quisieran recuperar las delicias de la vida, tratando de transformar "las sombras de una negra noche por la plena luz de un día radiante."
"Levantó la cabeza de las manos y se puso a contemplar con mirada dolorosa el retrato
suavemente iluminado (...) ¿No se dirigían sus ojos hacia ella con una mirada de
dolorosa reconvención? ¿Me has olvidado ya? Y dentro de ella oía una voz que decía:
-"Tan pronto." (...) ¿Pero qué podía hacer ella si era joven aún? Extendió las manos
rogando hacia el retrato que pendía del muro. -"¡Pobre esposo mío, no te olvidaré
nunca! Pero es muy duro encontrarse sola y permanecer sola, doblemente duro cuando se
sabe lo bella que puede ser la vida... para dos."
No todo el mundo aceptaba, sin embargo, que los velos cayeran como las hojas en otoño. La fidelidad al soldado caído en el frente debía mantenerse más allá de la muerte, había que conservar su memoria y no reemplazarle. Para ser dignas de los héroes muertos, había que "sacrificar para siempre la alegría de sus vidas y aceptar los austeros deberes a los que se consagran."
"Ya no debemos pensar en la felicidad, se acabó, ya no existirá. Hay que
pensar en los pequeños. ¡Sus pequeños! Nuestros maridos han muerto por ellos;
nosotras debemos vivir por ellos, y debemos aceptar plenamente este
imperioso deber. Hay que vivir para decirles qué papá tuvieron, qué bueno,
gentil y afectuoso era, cómo les habría orientado, cómo les habría hecho
unos hombres, hombres útiles para el país (...) Es preciso que el recuerdo
de quien tanto les quiso les guíe siempre en la vida (...) Para ello conservaremos
los amigos de su padre, sus cartas, todos los pequeños recuerdos (...) Nuestro
pensamiento dominante es que queremos, hoy como ayer, agradar al que
amábamos más que a nosotras mismas."
Por eso el dedo acusador señalaba a aquellas viudas que se apresuraban a recuperar su vida, desprendiéndose de los recuerdos como si de trapos viejos se tratara.
"He clasificado a las viudas en dos grupos bien distintos: las que olvidan
y las que no olvidan. Hoy todo el mundo sabe que la primera categoría es,
con mucho, la más importante. En este momento vuelvo a ver a los poilus
que siempre, incluso en medio del fuego, enviaban a sus compañeras la carta
diaria en la que tan a menudo repetían la recomendación suprema:
"¡Si caigo, piensa en mí!". Estos valientes han caído: sus compañeras se han
vuelto a casar, y hay algunas cuyo pensamiento jamás acude hacia la vieja cruz
de madera perdida entre las líneas del frente... ¡Tienen otra cosa que hacer!
Pelo corto, falda corta, cigarrillos, sombrillas, abrigos, sombreros
y el cobro regular de la pensión del muerto, todo esto parece suficiente
para llenar sus pequeñas almas..."
¿Y qué decir de esas mujeres que utilizan el sagrado luto de las viudedad como reclamo para la seducción? Maquilladas y con una falta corta y ceñida que dejaba ver medias de seda y zapatos de charol, buscaban ser "consoladas" por el primer hombre que se encontraran. Tales mujeres se comportaban como prostitutas que para trabajar se vestían de negro.
"Esas damas son jóvenes y van vestidas de la cabeza a los pies con un austero velo
de crespón negro... Vagan, dignas y solitarias, por los Campos Elíseos, y buscan, envueltas
en la niebla de noviembre que les dota de una melancolía seductora, al primer
desconocido que les solucione su eterno problema económico. Por un luis - precio de
guerra- dejan caer sus velos."
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