Modernas Antígonas




     Aceptada la muerte, había que solucionar el problema del enterramiento.  Comenzaba entonces una nueva estación en su calvario del dolor.
     
     Los soldados intentaron enterrar al mayor número posible de cadáveres, tanto por razones humanitarias o religiosas como físicas: además del pestilente olor que emanaba de los muertos, había que poner solución al terrible espectáculo de los cadáveres en descomposición:



"A cada paso tropezaba con cadáveres desfigurados, con las tripas saliendo del vientre (...) ¿Y esto? ¿Este amasijo informe en el que se distinguen los restos de una chaqueta verde y de una mochila llena de pelos? Me agacho, levanto los harapos desgarrados y podridos. ¡Horror!  Es un tronco humano. Se distinguen las costillas blanquecinas y las vísceras (...) La vista no puede soportar este espectáculo. Me alejo."




     Sin embargo, la abundancia de muertos en el campo de batalla y el peligro que suponía recogerlos impedían enterrarlos a todos.



"¿Mira usted aquellos hombres muertos? Hemos podido traer tres. Pero ocho de los nuestros han sido destrozados cuando iban a buscar a sus camaradas muertos. Dos ametralladoras enemigas estaban apuntando al grupo fúnebre. Hemos intentado durante toda la noche recobrar los cadáveres, pero cada vez el adversario nos ha descubierto y nos ha infligido nuevas pérdidas. Cuando caían heridos los que iban a rescatar a los muertos, los alemanes los acribillaban."




     Por otra parte, no todos los cadáveres podían ser enterrados. En primer lugar, porque algunos quedaban totalmente pulverizados. Además, la explosión incesante de la artillería removía constantemente la tierra, de modo que los cadáveres eran sepultados y desenterrados continuamente.




"Por primera vez, el cadáver había sido desenterrado por el bombardeo. Se le ha enterrado nuevamente. Una segunda bomba ha deshecho otra vez la tumba. Nuevo entierro por los hombres piadosamente entristecidos. pero un tercer obús ha lanzado lejos el espantoso despojo. Desde entonces, los hombres llaman al muerto "el payaso".




     No era, pues, de extrañar que el destino de muchos soldados muertos fuera la descomposición progresiva, bajo los efectos combinados del aire, el calor y las bacterias, al tiempo que se convertían en pasto de ratas y cuervos.

     Se calcula que, por unas razones u otras, "desaparecieron" entre un tercio y una cuarta parte de los soldados franceses muertos en la guerra. Otras tantas madres debieron, pues, resignarse a no tener una tumba ante la que llorar.

     Los mecanismos adoptados para facilitar la identificación de los soldados muertos no funcionaron como se había previsto. Los gobiernos habían dispuesto que se recogieran las cartillas militares y las placas de identificación. Los camaradas, por otra parte, antes de enterrarlos, recogían sus efectos personales para enviárselos a sus familias.
     Las cosas, sin embargo, no fueron tan sencillas. Por una parte, los muertos fueron objeto de un verdadero saqueo, no solo por los enemigos, sino a veces incluso por sus propios camaradas, que se llevaban carteras, alianzas y cuanto encontraban en los bolsillos, no dudando, incluso, en arrancarles los dientes de oro.




"Jean, en el curso de un ataque, cortó el dedo de un camarada reventado para cogerle el anillo de oro."



Por otra parte, muchas tumbas carecían de toda identificación.



"No aparecía inscripción alguna en las cruces, que el invierno derribará por tierra y que probablemente quedarán desmenuzadas entre la hierba. ¿Quiénes eran? ¿Hijos de labriegos, de burgueses o de hacendados aristocráticos? ¿Quién los llora? ¿Una madre con amplios y elegantes velos de crespón, o una madre con modesto luto de lugareña?"



Pero en el caso de las tumbas identificadas, los resultados no fueron los esperados. Normalmente se hacía una pequeña inscripción en la cruz de madera que coronaba el pequeño montículo, o se guardaba en una botella de cristal los datos del muerto.






Semejantes precauciones no servían de mucho, ya que las botellas se rompían a causa de los bombardeos, y las inscripciones hechas en la cruz se borraban al cabo de poco tiempo.

Las mujeres debían, por tanto, apresurarse y localizar la tumba antes de que el viento, la lluvia o los obuses hicieran imposible el hallazgo. Pero antes había que obtener los permisos necesarios; tarea nada sencilla. ¿Cómo permitir a las madres o viudas de los soldados muertos buscar los restos de sus hijos o esposos? 




Además de ser una zona peligrosa, pues la tierra albergaba un gran número de obuses sin explotar, había que evitar que se produjeran destrozos en las tumbas o que se llevaran el cuerpo de un extraño, convencidas de haber hallado el que buscaban.
Por estas razones, el gobierno francés prohibió durante varios años la exhumación y posterior traslado de los cuerpos de los soldados.

Sin embargo, el dolor de no tener una tumba ante la que desahogarse se vuelve insoportable. Por eso, muchas mujeres no tenían más que una obsesión: encontrar el cuerpo de los suyos y enterrarlos en el lugar que los había visto nacer, crecer y trabajar.

Solo unas pocas privilegiadas, sirviéndose de sus influencias, obtuvieron un salvoconducto que les permitía viajar al lugar en el que supuestamente reposaba el cuerpo del muerto.  Otras, menos poderosas, se arriesgaron a hacerlo de manera clandestina.



"He podido saber, por informaciones procedentes de dos de sus camaradas, que su cuerpo había sido enterrado (...) al borde del bosque l´Abbé, en un campo dependiente de la comuna de Cachy. Tras muchas gestiones con el fin de obtener la autorización para traerme a mi hijo, he comprendido que esta autorización difícilmente me sería concedida. Así pues, decidí buscar yo misma a mi hijo el domingo, en automóvil."


A veces, y como consecuencia de las prisas de los campesinos, se encontraban con un campo totalmente sembrado. En otras muchas ocasiones, los cuerpos se hallaban en avanzado estado de descomposición, por lo que era necesario recurrir a determinados detalles para lograr su identificación.



"No fue difícil reconocerlo como el cuerpo de mi marido: 1º por las iniciales L U bordadas por mí en su ropa antes de la partida; 2º su caja de mascar que estaba a su lado con su nombre grabado a cuchillo (...) No había ninguna duda, tenía delante el desgraciado cuerpo de mi marido."




Al final, y a pesar de tantos obstáculos, algunas familias lograron su objetivo: tener un lugar en el que todos, padres, hermanos, mujer e hijos, pudieran arrodillarse y llorar ante una tumba.



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