El general Hambre



     Si los soldados tenían su enemigo en el frente de batalla, en las trincheras, las mujeres también vivieron su propia guerra en la retaguardia, en sus propias ciudades, en sus casas. 

La lucha no era contra los franceses o los alemanes, sino contra un general invencible, el general Hambre, vencedor en todas las batallas. Sus enemigos fueron los acaparadores, que provocaron una escasez aún mayor de alimentos; los campesinos, que cerraban sus ojos ante los problemas de quienes vivían en la ciudad; y los gendarmes, que arrebataban a las mujeres lo poco que habían podido conseguir en sus salidas a las aldeas.







A pesar del tiempo transcurrido (más de cuarenta años) en 1914 aún permanecían grabadas en la memoria de los franceses los terribles días sufridos como consecuencia del asedio de las tropas de Bismarck.




"Ya no se rechazan los perros, los gatos ni las ratas, y en breve será preciso comerse los animales del parque zoológico."



No es, pues, de extrañar que en Francia y en el resto de los países implicados en el conflicto, el acaparamiento de productos se convirtiera, en los primeros días de la guerra, es una epidemia.




El deseo de afrontar con garantías los difíciles días que se avecinaban llevó a muchas mujeres a abalanzarse sobre almacenes y tiendas para acaparar reservas, con lo que muchos productos básicos, como el azúcar, los huevos o las legumbres desaparecieron inmediatamente del mercado.



"Las mujeres se echaron a la calle para comprar comida. Incluso las pequeñas y flacas llevaban grandes cestos de harina, avena, alubias, de cuanto habían podido encontrar en las tiendas. Moshe, el de la papelería, que vivía en una de las viviendas de nuestro patio, alardeó de que su esposa había comprado comida por valor de quinientos rublos. Dijo: "A Dios gracias, tengo comida para un año. No creo que la guerra pueda durar mucho más."



La vida sufrió un grave deterioro durante los cuatro años que duró el conflicto. Escasez de productos, subida de precios, racionamiento, mercado negro... fueron algunas de las secuelas que la guerra infligió a la población civil.
La situación fue particularmente grave en Alemania, a causa del bloqueo impuesto por los aliados, y en los territorios franceses ocupados por los alemanes, debido a las requisas impuestas por el invasor.

El drástico descenso de la producción impuso por todas partes el racionamiento.





La lista de productos sometidos a control fue cada vez mayor: pan, azúcar, carne, patatas...



"Aviso. Hasta nueva orden, la ración familiar mensual de azúcar se establece en 500 gramos por persona."


Las largas colas para utilizar los cupones de racionamiento que daban derecho, y no siempre, a una cantidad de productos cada vez menor, eran un calvario por el que había que pasar todos los días.




"Diose prisa en acudir a la puerta de la carnicería de la callejuela adyacente. Mas, a pesar de su apresuramiento y de lo temprano que se había levantado, llegó un poco tarde: ante la puerta de la tienda, en la que aún no había luz, esperaba una larga cola."



A pesar de los controles del gobierno, en marcados y tiendas eran muy frecuentes los abusos tanto en lo relativo a la calidad de los productos como a su precio.






Las mujeres apenas podían encontrar nada que estuviera al alcance de sus bolsillos, por lo que en los días de mercado a veces estallaba la violencia contra los granjeros, acusados de pedir precios desorbitados.





"El pan, a causa de su composición, evocaba el jardín paradisíaco, el Edén. Todo: especies
aladas, los ratones, los insectos y gusanos de tierra y aire, además de todo lo que existe
en la tierra: hierba trémula, corteza de árbol, legumbres o cuero para suelas, botones de
camisa, trozos de esparadrapo, vidrio o entradas de ferrocarril. Todo, absolutamente
todo se encontraba en la miga de pan."





"Los pescados y las legumbres permiten ahorrar trigo, carne y materias grasas
para nuestros soldados y aliados."



Para engañar el estómago, en Alemania, por consejo de médicos y científicos, se echa mano de multitud de sucedáneos de alimentos, que solo se parecían al artículo genuino en su forma y color: "Los profesores demuestran que la mermelada endulzada con sacarina sienta mejor que la mantequilla, y que ñas hojas de patata son más saludables para los nervios y saben igual de bien que el tabaco."



Recuerdos de una niña francesa:



"En vez de chocolate tomábamos por la mañana sopas insulsas. Mi madre hacía tortillas
 sin huevos y postres sin margarina, en los cuales la sacarina reemplazaba al azúcar; nos servía
 carne congelada, filetes de caballo y tristes legumbres: acelgas, alcachofas, aguaturmas."



La gravedad de la situación obligó a las autoridades a adoptar medidas de emergencia. En Alemania se empezaron a distribuir víveres y sopas populares; instaladas en hangares, establecimientos comerciales, en los propios restaurantes o en plena calle, las "cocinas colectivas", que proporcionaban comidas a precios muy modestos, fueron el último recurso de sectores cada vez más numerosos de la población.




Las condiciones sanitarias de la población sufrieron un constante deterioro. Los casos de debilidad fueron muy frecuentes, lo que facilitó la difusión de enfermedades epidémicas, como el tifus, la tuberculosis, la gripe o el cólera.

La desnutrición fue particularmente grave entre los niños.





A diferencia de lo que ocurría en las ciudades, en el campo había suficientes provisiones, al menos en los primeros momentos, para no pasar hambre.


"Qué juiciosa, sana, llena de seguridad es la vida del campo. En París no
 sabrían dónde guardar tanta abundancia y aquí un campesino posee en su 
casa suficientes provisiones como para vivir sin dificultades de un año a otro. 
Podría soportar un asedio sin pasar hambre."



Por eso, ante la escasez de géneros, que se canalizaban hacia el mercado negro en cantidades cada vez mayores, las mujeres, junto con niños y ancianos, se lanzaron al campo en busca de alimentos.

Los pueblos, sin embargo, estaban tan explotados que frecuentemente tan solo conseguían que los aldeanos les cerrasen la puerta con brusquedad, hartos del incesante mendigar de legiones de hambrientos.




"Cuando llamaban a las puertas pidiendo un poco de leche o unos cuantos huevos o tan solo 
unas patatas, cuando suplicaban, cuando explicaban en la casa que tenían un niño,
cuando ofrecían el doble y el triple del precio de todo ello, tropezábanse siempre
con las más groseras negativas."



     Por eso era cada vez más necesario visitar las granjas más alejadas, perdidas en medio del campo, o las que tenían caminos menos accesibles.
Pero los problemas no terminaban en el caso de que sonriera la suerte. Había que escapar de la vigilancia de los gendarmes, que perseguían el contrabando de víveres, y llegar con las provisiones a la ciudad.



"Una dama alta y distinguida entró en el compartimento de primera clase (...)  
Hizo una aparición sensacional porque tenía el pecho del tamaño de una de esas nodrizas
 campesinas capaces de alimentar a cuatro chiquillos a la vez. Sus caderas
 parecían atacadas de elefantiasis. Su cintura era de un tamaño inusitado. Y todo 
esto era sostenido por unos tobillos delgados y unas muñecas frágiles. Los aduaneros 
austríacos la hicieron bajar del tren y se la llevaron a las oficinas de la Aduana,
 a pesar de sus protestas y amenazas. Pocos minutos después volvió a salir de la Aduana,
 pero sin su enorme pecho, sus hinchadas caderas y su ancha cintura.
 Con gran regocijo, los aduaneros la habían despojado de cincuenta kilos de harina. 
Era un sistema de llevar harina a su hermana, que se estaba muriendo de hambre en Viena."



Cuando se lograba eludir los controles de los agentes, se celebraba la llegada a casa de los alimentos con la misma alegría y entusiasmo con que antaño se festejaban las victorias de los soldados.




  "La conquista de un jamón nos emocionaba ya más que la 
toma de Bucarest por las tropas alemanas, 
y una medida de patatas tenía ahora 
más importancia para nosotros que un ejército inglés
 cogido prisionero en Mesopotamia."













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